sábado, 17 de marzo de 2012

Algo aprendí de la lluvia, a construir los mejores paragüas, o si no, te mojas y punto. Si la comida se enfría, se calienta, y si el té quema, debes ponerlo menos al fuego.
Aprendí de la vida a contar las sonrisas con los dedos de la mano, a recordar lo justo, y olvidar lo necesario.
Aprendí muy pronto a echar de menos, y sin embargo, nunca soy capaz de echar de más.
Me perdí por las calles cada noche. Mi sitio favorito, el mar.
Si hay algo que me recuerde que estoy viva, es el sonido del despertador por las mañanas. Si hay algo que me recuerde que estoy muerta, son las noches solitarias.
Escucho música, me empapo de palabras, de sueños, vivo todas las películas del mundo y leo libros de ensueño, deseando vivir lo que ellos narran.
Aspiro a guardar entre mis brazos todos los atardeceres de película, vivir todas las historias del mundo, para que, cuando mire atrás, no me arrepienta de haberme dejado nada sin hacer. Saltar entre las piedras de alguna playa desierta y, si me hago daño, lo curo con saliva.
Sé que vivir provoca demasiadas heridas, pero las que peor cicatrizan, son las del corazón, que solo se rompe con el primer amor, lo demás son solo simples arañazos y rasguños.
Aprendí que debo saltar los charcos sin importarme calarme los pies. A saltar los días, sin que se empapen mis ojos de añoranza. Que los sueños que te hacen sonreír un día, al día siguiente pueden hacerte llorar más que nunca. Que una mirada sincera es mejor que una promesa de palabra. Que un cielo lleno de estrellas siempre es una buena excusa para pedir un deseo. El café, mejor con dos de azúcar, y una película, abrazada a un paquete de palomitas. Mejor vivir al máximo, y coger aviones imaginarios cada mañana.
Aprendí de las gotas de lluvia que resbalan por mi ventana, que detrás de un sueño , hay un recuerdo, y detrás de un beso, un adiós.
Que el momento más importante es el ahora.